Peteco tiene un problema

Peteco tiene un problema odavía Peteco no sabía porque todas las noches antes de dormir le pasaba lo mismo. Primero se lavaba muy bien sus dientes, como la mamá ya le había enseñado una y mil veces. Después se ponía su pijama verde a lunares y luego a la camita. Pero el problema de Peteco empezaba justo ahí, en el momento de cerrar los ojos y tratar de dormir... El sueño casi nunca llegaba y a Peteco le empezaban a ocurrir cosas bastantes extrañas. Por la ventana de su habitación comenzaban a entrar seres muy extraños, muy parecidos a los personajes de sus cuentos.
Casi siempre llegaban volando, como si flotaran en el aire, y se posaban justo, justo en el borde de su cama. A veces venían piratas, otras llegaban hadas y hasta alguna bruja de esas malas, que tienen verrugas y pelos sucios. Peteco no se asustaba con nada, ni con nadie, mas bien al principio le gustaban estas visitas inesperadas. Pero ahora que Peteco creció y entró a la escuela para nenes grandes, todo se complicó. Con tantas visitas nocturnas, Peteco se dormía tan, pero tan tarde, que al otro día le era casi imposible levantarse para ir al cole. La solución, pensó Peteco, era muy sencilla, cerraría la ventana y bajaría la cortina, así todos sus visitantes nocturnos se encontrarían con una barrera impenetrable. Pero la cosa no funcionó, los personajes no solo podían volar, sino que hasta sabían traspasar las paredes. Entonces, entrar a la habitación de nuestro pobre Peteco, era lo mas fácil del mundo. ¡Ay!, cuanto pensó y requete pensó nuestro buen amigo para poder descansar a la noche y evitar tanta visita.
Hasta que una noche, de esas noches con luna y brisa de mar, a Peteco se le prendió más de una lamparita y por fin encontró una solución buena y confiable. Mientras se lavaba los dientes se le ocurrió la maravillosa idea, y antes de irse a dormir, puso en el borde de su cama todos sus libros preferidos, bien acomodaditos uno al lado del otro. Recién después de esto se calzó su pijama verde y se metió de un salto en la cama. Para saber si su plan funcionaría, en vez de cerrar sus ojos, cerró solo uno y con el otro se dispuso a espiar que pasaría. La suerte estaba de su lado, Peteco pudo ver como todos los personajes entraban a su habitación, pero al ver los libros se zambullían en ellos como locos; como si todo este tiempo hubieran andado, buscando un hogar y justo ese día lo habían encontrado. ¡Que alegría para Peteco, ahora solo necesitaba cerrar el otro ojo y echarse a dormir!.

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Sobre el Autor

Altulina, de Argentina

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