El cumpleaños de Arlín

El cumpleaños de Arlín n un lejano bosque, bajo un viejo e inmenso alcanforero, cuyas ramas acariciaban la tierra y sus hojas verde oscuro escondían algunas de un rojo intenso; se encontraba sentado el duende Arlín muy triste y pensativo.
El conejo Rabito, de orejas y cola negra, que venía saltando muy alegre, al verlo se le acercó y le dijo:
- ¿Por qué estás triste? A lo que el duende le respondió.
- Hoy es mi cumpleaños y nunca tuve una fiesta.
El conejo lo escuchó sorprendido pero no dijo nada y se fue tan rápido como había venido mientras pensaba: - Qué podré hacer para alegrar a mi amigo?
A grandes saltos llegó a la laguna cercana en donde vio al cocodrilo Manuel dormitando al sol, se le acercó y le pidió ayuda.
Manuel le dijo: -Ve a buscar al viejo león, que él que sabe mucho y te dirá qué hacer.
Por eso nuestro amigo siguió su camino hasta encontrarlo.
Leoncio, el rey de la selva, lo escuchó con mucha atención y dando un gran bostezo dijo: - no te preocupes, yo tengo la solución. Sólo en ciertas ocasiones puedo usar "la llave mágica", que está muy bien custodiada por la abeja centinela, muy cerca de aquí.
Rabito y el viejo león comenzaron a caminar por verdes y floridos caminos y hasta tuvieron que saltar algunos arroyitos de aguas cristalinas, que calmó la sed de nuestros amigos.
Llegaron a la gran piedra y allí estaba Alenit, cuidando una reluciente caja en donde se guardaba la "llave mágica".
Leoncio saludo muy amablemente a Alenit y le explicó la situación. Alenit, poseedora de un gran corazón se compadeció y le entregó de inmediato la llave.
¡Qué alegría y qué sorpresa sintió Rabito al ver que con solo tocar con la llave, la reluciente caja, de ella salían, masitas, alfajores, dulces, caramelos, jugos, bonetes, silbatos, guirnaldas y globos multicolores y ¡una gran torta de cumpleaños!
Colocaron todos esos manjares deliciosos en una canasta y el león cargó con ella. Mientras se dirigían a la casa del duende Arlín, iban invitando a todos los animalitos del bosque, monos, tigres, pájaros, ranas, y a todo aquel que se cruzaba en el camino.
Fue una hermosa fiesta, también bailaron al compás de la música que tocaban los grillos violinistas, alumbrados por miles de luciérnagas.
Arlín apagó sus velitas y su rostro volvió a iluminarse con la sonrisa que siempre lo acompaña.
En ese momento se asomó, detrás de una nube muy sonriente doña luna. Era hora de dormir.
¿Y vos harás lo mismo?

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Sobre el Autor

Elisa Catalina Nani, de Argentina

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