Caperucita Roja

Caperucita Roja na niña pequeña llamada Caperucita
con un pañuelo rojo amarrado a su cabecita,
fue al bosque con una cesta de alimentos
a visitar a su abuela sin contratiempos.
Por el camino encontró unas lindas flores
y en el cielo vio unos cuantos arreboles.
Un lobo disfrazado de tímida oveja
se cubría con esmero una gran oreja.
¿Caperucita Roja a dónde vas deprisa?,
preguntó el lobo con maliciosa risa.
A ver a mi abuelita que ha estado enferma
con una ciática dolorosa en una pierna.
Te propongo que te vayas por ese camino,
dijo el lobo astuto planeando su destino.
Yo me iré por este otro largo sendero
a ver quién de los dos llega allá primero.
¿Irás a visitar también a mi abuelita?
preguntó la niña con voz suavecita.
Claro que iré, yo soy su mejor amigo,
siempre merodeo alrededor de su abrigo.
Entonces Caperucita se fue cantando
por el largo camino lentamente caminando,
mientras el lobo con la rapidez de un leopardo
se fue por el atajo tronando como petardo.
El lobo al llegar golpeó fuerte la puerta
y comprobó que la perilla estaba bien suelta,
entró sigiloso y atacó a la abuela
que también se quejaba de dolor de muela,
la escondió con apuro dentro de un armario
y se puso su gorrita y su escapulario.
Luego se acostó a esperar a Caperucita
que venía del bosque con un ramo de florcitas.
¡Abuelita! ¡Mira lo que te mandó mamá!
Déjalo en la mesa y vente para acá,
siéntate a mi lado para verte mejor
que sin los lentes me está cegando el sol.
¡Ay, abuelita! ¡Qué grandes orejas tienes
y tanto pelo negro crecido hasta tus sienes!
No te preocupes hija que casi no te escucho
no hay buena acústica en este cuartucho.
¡Ay, abuelita! ¡Qué grandes y feos ojos veo!
Verte mejor hijita, es lo único que deseo,
no te pongas así, que tengo un gran resfrío,
y de no verte, linda, tengo en los ojos un río.
¡Ay, abuelita! ¡Qué enormes brazos tienes!
Para abrazarte toda, mi corazón ahora quiere,
acuéstate un poquito en esta misma cama,
y te arropas mejor con el chal de lana.
¡Ay, abuelita! ¡Qué dientes tan enormes!
¡Ajá! ¡Mira los tuyos, están todos deformes!
Mis dientes querida niña no han comido nada,
y ahora tú serás grrrr... Mi cena de empanada.
Los pájaros volaron a llamar a los leñadores,
y estos llegaron con sus gruesos suspensores,
le dieron al lobo tan magnífica paliza
que le rompieron los dientes y su blanca camisa.
Caperucita a salvo junto a su abuelita
escaparon de ser del lobo su cenita.
Dicen que el lobo se fue a otra parte,
es vegetariano y hoy se dedica al arte.

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Sobre el Autor

Marianela Puebla, años de Valparaíso, Chile

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