Ahí viene, ahí viene. ¡Me va a apagar la luz!

Ahí viene, ahí viene. ¡Me va a apagar la luz! oy chiquito, no me asusta la oscuridad, pero me gusta jugar de día y de noche. Cuando los grandes dicen "es de noche", ¿vos ves?, yo no. Las luces de mi casa no están encendidas, y es raro, porque las de afuera, en la calle, sí; las de las lámparas altas, ¿las viste vos?
Cuando salgo a pasear con mis papás de noche, o a jugar a la casa de mis abuelos al ping pong o a los autitos, lo primero que hago es mirar para arriba, y la busco. Sí, a la luna. Ella sola puede prender todo el cielo y, si la buscas, cada tanto la ves, aunque sea en un charquito. Es la primera luz que se prende afuera. Yo no sé quién la enciende.
Te explico: de día, las luces están apagadas, bah, todas no, porque está prendido el sol. Pero de noche, cuando se pone todo oscuro, en las habitaciones de mi casa y en las calles de mi barrio, hay que prender las luces, para poder ver. Por eso aparece la luna para iluminar el cielo, y se encienden las luces de la calle, para que también puedan ver las personas que caminan de noche.
Además, se encienden las luces de mi casa. Ahí sí veo quién las prende: algunas mi papá y otras mi mamá. Los grandes son raros, prenden y apagan las luces, van de un lado al otro y así pierden mucho tiempo para jugar, aunque me di cuenta, que a eso deben estar jugando: a prender y a apagar luces. Y yo, cuando veo que juegan, los sigo, porque sino me quedo a oscuras, no puedo ver mis juguetes, se me caen los autitos de la mesa y en el pizarrón no puedo dibujar nada.
Cuando mis papás juegan su juego, de a poco bajan la tele y comienzan a hablar más bajito, tanto, que les entiendo menos que cuando hablan de día. Yo ya sé que en un ratito, cualquiera de los dos me va a decir: "Coco, a cambiarse para dormir". Entonces se acabó mi día de juego y empiezan los de la noche. Si papá y mamá quieren apagar todas las luces, yo no me meto: pero en mi habitación, ahora, estamos yo y mi noche, en la que hay otros juegos, distintos de los del día. Y si ellos no entienden, que no entiendan, por tantas otras veces que yo no entiendo muy bien, qué quieren decirme!
Pero claro, mis historias de noche, no pueden jugarse si hay oscuridad y no hay luna, y yo sé que está en las noches de todas las personas. Mi papá o mi mamá, prenden en mi cuarto algo que llaman "velador". ¿Qué nombre raro, ¿viste vos? Me acuestan y se despiden de mí:
- Hasta mañana, que descanses.
- Que descanses- ,les digo yo también. Cierran la puerta y me quedo feliz en mi cuarto, para inventar los juegos de la noche, donde hago de todo y no muevo un dedo. Y todo gracias a mi pedacito de luna, ese, que se queda en mi habitación, cuando todas las luces de la casa están apagadas, también esa a la que llaman "velador".
Aprendí que la luna tiene muchas formas. Los juegos de la noche, los de durmiendo, son de lo más divertidos, otro día te los cuento.

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Sobre el Autor

Valentín Ruera, de Santa Clara, Argentina

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