La ola de calor

La ola de calor ace bastante tiempo, en un pequeño pueblo rodeado por montañas se encontraba el castillo del Rey Mandamas. Dentro del palacio había una gran conmoción, todos estaban alterados y corrían de acá para allá porque hacía varios días que no podían soportar el calor. Tenían las ventanas abiertas, tomaban jugo de naranja y usaban ropa de verano, pero aún así no aguantaban más el intenso calor.
La princesa se quejaba con la reina y la reina le insistía al rey para que encuentre una solución al problema.
- Querido esposo rey mío, tenés que hacer algo.
- Ya lo se, esposa reina mía, pero no es tan fácil, ese dragón gigante que vive en las montañas no deja de tirar ráfagas de fuego sobre el reino.
- ¿Y qué haremos ahora? - se angustió la reina.
- He mandado llamar al hechicero para encomendarle una misión que termine con este calor - contestó el rey.
- ¡Ah! Querido esposo rey mío, que bueno que pienses en todo, esperemos que el hechicero venga pronto o este calor va a derretir el castillo.
Mientras sus altezas reales conversaban en uno de los salones del palacio, el paje real anunció la llegada del joven hechicero.
- Ya era hora que llegaras, hechicero. Tengo que encomendarte una misión especial para acabar con este calor que nos está torturando.
- Pero, ¿qué debo hacer su majestad? - preguntó el hechicero.
- Debes expulsar al dragón de las montañas para que no nos cocine con sus llamas.
Cuando oyó esto el hechicero pensó que hubiera preferido que mandaran a un valiente caballero para enfrentar a la terrible fiera que no dejaba de escupir fuego sobre el reino.
Mientras el mago preparaba sus cosas para el viaje, pensaba de qué manera echaría a la bestia de las proximidades del reino y repasaba su libro de hechizos sin poder encontrar una solución. Cuando estaba ocupado leyendo, la princesa golpeó a su puerta para dar las gracias por lo que iba a hacer y además le entregó un anillo como amuleto. El mago agradeció y partió para enfrentar al dragón.
Luego de una larga marcha, llegó a la cima de la montaña donde se encontraba el fiero animal. Pese a la altura, el calor era intenso porque las llamas no paraban de salir de la boca de la bestia.
El hechicero estaba paralizado por el miedo, el dragón se dio vuelta, lo miró por un instante y el joven no tuvo mejor idea que saludarlo agitando la varita mágica. Automáticamente el mago se hizo enorme, tan grande como el dragón, que se sorprendió al punto de quedar azul de la impresión.
Al darse cuenta de la reacción el mago apuntó con la varita y al dragón se le dibujó una sonrisa. Con una suave voz agradeció la presencia al hechicero porque con el susto le había cortado el hipo. El mago le explicó que con el fuego estaba provocando mucho malestar en el pueblo y le pidió que tratase de evitarlo. Luego de eso se despidió para irse pero el dragón no se lo permitió, porque además del hipo, tenía un enorme orzuelo en el ojo derecho, que le provocaba mucho dolor.
Sin saber que hacer y con la amenaza de que la fiera se enojara, el mago agitó su varita y probó con las palabras "Sin Salabín". De repente el dragón se hizo pequeño. El hechicero se sorprendió. Volvió a agitar la varita usando el clásico "Abracadabra" y él recobró su tamaño normal.
El dragón estaba rojo de furia y el hechicero no estaba en ventaja. Miraba pensativo la varita cuando descubrió el anillo de la princesa. Se lo frotó en el ojo al dragón y ¡shazám!. El orzuelo desapareció y antes que el dragón recordara que estaba bastante más chiquito de lo debido, regresó al reino donde fue recibido como un héroe.

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Sobre el Autor

Germán Alvarez, 30 años de Argentina

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