La Cocodrila buena

La Cocodrila buena on Feroz era el jefe de una manada de cocodrilos muy feroces que se habían apoderado de un caudaloso río africano. Los animales que cruzaban las aguas profundas o se acercaban a las orillas del río para beber estaban en un grave peligro, ya que muchos de ellos eran cazados por los cocodrilos que aparecían de repente cercando a la pobre víctima que moría atrapada por sus enormes fauces.
Pero, Don Feroz el más sanguinario y terrible de los cocodrilos, tenía una hija, Lina, una bella cocodrila cuyo cuerpo en lugar de verde oscuro como el de sus compañeros de raza era rosa y sus ojos tenían una mirada dulce, totalmente diferente de las sanguinarias de los componentes el resto de la manada. A Lina le gustaba escuchar el murmullo musical de las aguas limpias del río, y disfrutaba oliendo las flores que crecían junto al río. De vez en cuando se acercaba sigilosamente hacia los pajarillos que lanzaban sus trinos al viento cálido, de fuego, de África. Pero cuando Lina quería hablarle a los pájaros, ellos huían despavoridos ya que sabían que aunque eran un bocado pequeño para los cocodrilos, en épocas de escasez de alimentos, no podían fiarse ya que su vida estaba en peligro con los feroces saurios.
Una mañana muy calurosa, una manada de cebras se acercó al río donde dormitaban los cocodrilos para beber. Entre ellas se encontraba Julia, un magnífico ejemplar que acababa de parir a Cebritína, una criatura preciosa, que no se separaba de su madre, y que caminaba dando saltitos junto a las patas traseras de su madre, ajena al peligro mortal que acechaba a Julia. Acababan de apagar su sed y jugaban con el agua que les preservaba del intenso calor reinante, cuando de repente y sin que se dieran cuenta, surgió de repente una mole de carne que se abalanzó contra Julia y le mordió en una pata, derribándola y dejándola indefensa ante sus terribles fauces.
Julia gritó a Cebritina para que huyese, consciente de que iba a morir devorada por Don Feroz, el jefe de los cocodrilos, que había madrugado más que sus compañeros para procurarse un buen almuerzo. Cebritina vio aterrorizada como esa fiera acababa con la vida de su madre y aunque quiso huir no pudo unirse a la manada de cebras que huía despavorida, olvidándose de la pequeña cría huerfanita. La cebrita era muy joven y no tenía recursos para huir del ataque de un cocodrilo joven que vio a la pequeña y quiso atraparla entre sus fauces. Y cuando la muerte rondaba a la pequeña cebra, dio la casualidad que Lina, la hermosa cocodrila se encontraba tumbada a la orilla del río tomando el sol y esperando darse un baño refrescante. Cuando oyó el grito desgarrador de Cebritina despertó de su letargo y miró hacia el río descubriendo a Sanguinario, el cocodrilo que estaba a punto de atacar a la cebrita huérfana. Lina silbó con todas sus fuerzas y cuando Sanguinario le dirigió la mirada, ella le gritó una orden:
-¡Sanguinario si quieres casarte algún día conmigo, deja a la cebrita viva!
El saurio que estaba muy enamorado de Lina y pretendía ser algún día, cuando se casase con ella, el rey de la manada, hizo un gesto de contrariedad, pero obedeció la orden de su amada y dejó libre a Cebrita. Lina entró en el agua e hizo gestos a Cebritina para que no se asustase y ella al ver a la cocodrila rosa que le había salvado la vida, se acercó a ellas y le dio un beso, surgiendo la amistad entre ambas.
Poco después, la cocodrila acompañada por la cebrita huérfana atravesaron la sábana y se encontraron cerca de donde pastaba un gran rebaño de gacelas, que al ver a los visitantes intentaron huir. Fue entonces cuando la reina Marita, una bellísima gacela se acercó hasta ellos y ordenó a sus compañeros que no huyesen, ya que Lina era su amiga, desde aquella mañana de primavera que le salvó la vida, a ella y a sus crías, al frenar el ataque de los cocodrilos contra ellas. Desde entonces ambas eran buenas amigas.
-¿Se puede saber a qué obedece esta grata visita?-preguntó Marita, a sus visitantes.
Lina le contó que Cebritina necesitaba una mamá, alguna gacela que le diera de mamar y la alimentase hasta que se convirtiera en una cebra adulta.
-¿Pero crees que yo podría ser su mamá?-inquirió Marita.
-Tú, Marita, eres la mamá perfecta. Eres buena, generosa, y estoy segura de que le darás el amor que por culpa de mi padre la vida le negó.
-¿Os parece bien, queridos compañeros de manada que yo amamante a esta preciosa cebrita, a la que los cocodrilos dejaron sola en el mundo y sin mamá?-les preguntó Marita a sus consejeros, que escuchaban atónitos la propuesta de Lina, la cocodrila rosa.
-Por mí no hay problema, reina. A mí me parece bien que esta cebrita conviva con nosotros-dijo Marco, el macho más anciano del rebaño de gacelas.
Cuando el resto de los consejeros dieron un "si" rotundo a la propuesta. Lina se despidió con un beso de Cebritina y se marchó hacia el río, feliz por haber hecho de nuevo una obra buena. Pasaron unos años y Lina se casó con Sanguinario, al que Don Feroz lo convirtió en el nuevo rey de la manada de cocodrilos, que aterrorizaban a quienes se atrevían a acercarse al río. Por su parte Cebritina se convirtió en una hermosa cebra adulta, que conoció a otra cebra macho y se casó con él, convirtiéndose pronto en una mamá que se volcó en el cuidado de sus crías.
Para evitar problemas y peligros cada vez que las cebras se acercaban a beber agua al río, Cebritina lanzaba al aire un relincho potente y muy especial que captaba Lina, quien encargaba a dos de sus cocodrilos que evitasen que cualquier saurio pudiera causarles daño a sus amigos. De vez en cuando Lina iba al lugar donde vivían las gacelas y junto a ellas Cebritina, su esposo e hijas y pasaba unos días de feliz convivencia con Marita, su amiga del alma y esa adorable familia de cebras, que ya se consideraban unas gacelas más. Y dicen que gracias a Lina y a su buen corazón, el río llegó a ser más apacible y menos peligroso, y que tanto la manada de cocodrilos, como el rebaño de gacelas y cebras, vivieron muy felices durante muchos años. FIN

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Sobre el Autor

Carlos Cebrián González, 66 años de Zaragoza, España

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