El gallo y el zorro

El gallo y el zorro na bella mañana al salir el sol, un zorro que se paseaba por el campo buscándose el desayuno cuando oyó cantar a lo lejos un gallo y descubrió que era lo que tenía que comer.
El gallo vivía en un corral por el cual él había pasado docenas de veces. El solo recuerdo de sus gordas gallinas, sus gansos y sus patos le hizo tragar saliva vorazmente. Pero, en seguida, meneó la cola, malhumorado. Había estado describiendo círculos alrededor del corral, noche tras noche, pero se hallaba cercado de manera tan sólida, que ni el más hambriento y astuto de los zorros podría entrar allí.
-Creo que le echaré otra miradita, de todos modos, ¡Por si acaso! - Se dijo el zorro.
Bajó al trote una loma, cruzó un arroyuelo y, por fin, se acurrucó a la sombra del plátano que estaba junto a la cerca. El corral estaba justamente enfrente de él. Cuando el gallo volvió a cantar descubrió que no estaba en el corral, sino encaramado sobre una rama en lo alto, fuera de su alcance, es cierto, pero no por mucho tiempo. Y sin perder un instante más, empezó a hablar:
-¡Vamos! Pero... ¡si es mi amigo más querido! -le gritó al gallo-. ¡Es el encuentro más grato que habría podido tener! Baja..., baja inmediatamente y saludémonos como deben hacerlo dos buenos amigos.
-Lo haría con gusto -dijo el gallo- Pero temo que me comerías.
-¡Las cosas que se te ocurren! -exclamó el zorro-. Sin duda, estarás enterado de la buena noticia. ¿Será posible que no lo sepas? Desde ahora, todos los animales serán amigos del alma y vivirán juntos en paz. Conque baja, primo Gallo, y celebremos como buenos amigos este día feliz.
El gallo estaba preocupado. Para poder regresar a la granja, tendría que bajar a tierra. ¡Y si el zorro seguía aún allí...!
Pero estaba lejos de estar perdido. Antes de contestar, se estiró y, parándose sobre las puntas de sus garras, miraba la colina cercana. Nada dijo, pero estiraba el pescuezo lo más lejos posible.
El zorro, que muy curioso, no se conformó con ignorar lo que pasaba.
-¿Qué estás mirando? -preguntó el zorro.
-¡Oh, nada! Nada que pueda preocuparte -dijo el gallo-. Sólo veo a una jauría de perros que bajan corriendo por esa pendiente. Parecen venir hacia aquí. ¡Dios mío! ¡Con qué rapidez corren!
El zorro se levantó inmediatamente. -¡Oh! -exclamó-. ¡Qué memoria pésima la mía! Prometí ir esta mañana a cazar conejos con..., este..., quiero decir..., prometí ir a visitar a un sobrino. Lo siento.
-Espera un momento -dijo el gallo, saltando a una rama que estaba más abajo-. Bajaré a tierra dentro de un instante y podremos conversar amistosamente.
Pero el zorro estudiaba ya la dirección en que podía huir.
-Supongo que no tendrás miedo a los perros, después del plan de paz de que me hablaste -dijo el gallo.
-¡Claro que no! -replicó el zorro, mientras se alejaba saltando-. Pero quizá esos animales no hayan oído hablar de él todavía.

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Esopo, de Grecia

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