Cuento. El sapo jardinero
acinto y María eran esposos y ya estaban muy viejitos. Un día los dos vieron que su jardín estaba cubierto de yuyos, los árboles frutales no tenían formas y de ellos colgaban ramas secas. Donde antes había canteros con flores, ahora quedaban matorrales de pasto. Ambos recordaban que su jardín había tenido tantos colores como el arco iris.
Muchos perfumes se mezclaban ; rosas, jazmines, violetas, claveles, fresias y otras tantas flores más. Se sumaban a sus recuerdos, los cantos alegres de las aves, que muy a gusto armaban allí sus nidos y volaban de un lado a otro.
Por la noche había música ejecutada por grillos y sapos.
Los abuelos decían que su jardín tenía vida propia, ellos disfrutaban mucho sentarse y por momentos cerrar los ojos para dejar que sus oídos y su olfato gozaran del canto y de las fragancias, para luego abrirlos y ver una gran variedad de colores. Pero ahora les costaba mantenerlo, los dos tenían problemas para caminar, fuertes dolores de cintura y Jacinto tenía una rodilla dura, no se podía agachar.
Solo le quedaban los recuerdos de su hermoso jardín, ni siquiera una foto, pues no tenían una cámara fotográfica.
Una noche mientras dormían, un viejo y sabio sapo que siempre vivió en ese jardín y escuchaba los lamentos de Jacinto y María, decidió reunir a otros sapos, grillos, y luciérnagas. Les contó como era ese parque, cuando él era solo un pequeño sapito y les propuso hacer algo para lograr que vuelva a ser un maravilloso lugar.
Por eso los invitó a ayudarle para hacer felices a esos dos viejitos, que por muchos años les habían brindado su jardín, para que sea su hogar.
Pronto se corrió la voz y también se fueron enterando las aves; algunas que habían conocido el jardín se pusieron contentas de poder hacer algo por ese lugar, donde alguna vez se habían enamorado y criado pichones.
Varias noches después una gran cantidad de luciérnagas, grillos, sapos, saltamontes, lombrices, hormigas, aves y muchos mas habitantes de un jardín se encontraron y con una sola indicación del viejo sapo se pusieron de acuerdo para comenzar las tareas. Cada uno aportó lo que sabía hacer. Las hormigas cortaron el pasto. Los saltamontes guiados por el viejo sapo se encargaron de la poda de los árboles; de las ramas gruesas se encargó un pájaro carpintero. Las lombrices removieron la tierra de los canteros. Los sapos jóvenes limpiaron una fuente. Las aves levantaron los yuyos y ramitas caídas y las llevaron a un campo cercano.
Las luciérnagas por supuesto se encargaron de iluminar el jardín para poder realizar las tareas. Así, cada uno aportó su habilidad, su talento y su amor. Cuando comenzó a salir el sol se fueron retirando a descansar un rato, pues ninguno se quiso perder la cara que pondrían Jacinto y María al ver su jardín al día siguiente. Los dos viejitos se levantaron, como todas las mañanas tomaron la leche con tostadas y cuando salieron creyeron estar soñando, se pellizcaron, no lo podían creer. Su jardín, estaba igual que en sus recuerdos, se preguntaban como se había generado ese cambio.
Muy contentos caminaron por los senderos, tocaron las flores que ahí estaban, solo que la maleza las había cubierto. Asombrados y felices, se dirigieron a sus viejos sillones. De a poco las aves comenzaron a llegar, algo habían dormido, pero valía la pena ver lo felices que estaban. Jacinto y María se sentaron, cerraron sus ojos y por un momento volvieron a ser jóvenes. Al abrirlos, lágrimas de alegría brotaron como el agua de la fuente.
Ellos sabían que su jardín tenia vida propia, habían sembrado semillas de amor y lograron ver sus frutos.
El sapo jardinero
Este cuento infantil fue escrito por Gustavo de Zárate, Argentina (). El mismo fué ilustrado por Fátima Maida de Argentina ()