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El Mercado de los Apellidos

  • Publicado en octubre de 2013
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Cuento. El Mercado de los Apellidos

Cuento El Mercado de los Apellidos de Antes de Dormir n un lejano país, vivía un niño que estaba descontento con su apellido; el que tenía no le gustaba, por eso quería cambiarlo. Un día, su mamá le contó un cuento de un mercado donde se podía comprar de todo con semillas. Vendían cosas increíbles, animales de la selva, frutas de lejanos países, panes de diferentes tamaños y formas, coloridos disfraces, juguetes antiguos... y ¡hasta apellidos! Y para allá fue en cuanto terminó de juntar semillas y más semillas que llenaron una pequeña canasta. 

Sin perder más el tiempo, salió presuroso de su casa rumbo hacia ese mágico lugar. Al llegar, quedó sorprendido viendo que el mercado estaba repleto de pequeñas tiendas que, en su mayoría, tenían de techo una sábana blanca o de colores, amarradas de las puntas a unas varas que se sostenían casi de un suspiro. 

Los mercaderes vestían sus trajes característicos, pantalones blancos muy amplios, una manta bordada sobre los hombros y chistosas babuchas. El lugar olía a mil aromas desconocidos; extraños perfumes se mezclaban entre sí y las raras especias aumentaban más los agradables olores. 

En el mercado se escuchaba la música alegre de los crótalos de las danzarinas que bailaban junto a la gente con sus velos de colores. Unos hombres, que llevaban grandes turbantes, se encontraban sentados en el piso tocando las flautas frente a un canasto de mimbre de donde se asomaban culebras hipnotizadas por la música, y que bailaban también sacando poco a poco su cuerpo. 

El niño abría mucho los ojos para no dejar de mirar aquellas rarezas que nunca había visto. Los mercaderes ofrecían finas telas a las doncellas, pulseras doradas, aretes de piedras preciosas, sedas transparentes bordadas con hilo de oro. Cuando Nahib terminó de recorrer aquellos pasillos se acercó a preguntarle a un hombre musculoso, que sacaba fuego por la boca, dónde estaban las tiendas de apellidos. 

— ¿Apellidos? –Dijo, escupiendo un líquido que apestaba a rayos

— ¿Para qué quieres un apellido si apenas eres un niño? ¿Vas a casarte? 

— ¡No, no! –Respondió Nahib, y salió corriendo sin dejar de mirar hacia atrás hasta que se tropezó con una mujer que tenía cuerpo de tarántula. 

— Se-se-señora, ¿puede decirme dón-dónde venden los a-apellidos? 

— Sí, buen mozo –contestó sacudiendo despacio cada una de sus patas negras que parecían de terciopelo –si quieres, te acompaño y… 

— ¡No, nooo! –Só-sólo señale con una pa-pata dónde es ese lugar –replicó Nahib sin poder dejar de temblar. La enorme señora tarántula rió burlona y, lentamente, alzó una pata que casi toca la cara del niño, quien enseguida se dirigió hasta donde señalaba y se puso a buscar en cada puesto cuál apellido le parecía más bonito; deseaba uno que fuese raro y largo, muy largo, nada común como el que tenía. Miraba muy bien la mercancía haciendo cuanta pregunta se le ocurrió a los soñolientos tenderos que, en medio de su pereza, se asombraban de él porque aún era pequeño. Pero Nahib, muy quitado de la pena, siguió moviéndose por todos lados hasta dar con uno que le gustó. 

Estaba feliz, pero al enterarse del precio dudó si le alcanzarían las semillas. El hombre, con cara de aburrimiento, las fue contando una a una, y al terminar le dijo que no era suficiente el “dinero”. El niño, decepcionado, se dirigió a otro lugar donde había un apellido que le llamó la atención, pero el resultado no se hizo esperar porque ocurrió lo mismo. Recorrió el mercado entero atraído por las voces que ofrecían los mejores apellidos a la clientela que deambulaba por doquier. 

Cansado de tanto caminar y escoger, llegó a un puesto donde había un apellido que se parecía al suyo; y empezó a contar las semillas de nuevo ya que cada vez eran menos, pues de tanto andar las iba dejando tiradas por el piso. De pronto, vio un barril que se hallaba arrinconado en una esquina, polvoriento y olvidado. Lo que hizo que le llamara la atención fue que la tapa se movía como si algo estuviera adentro y quisiera salir. Fue hasta allá y la alzó. 

Grande fue su sorpresa al encontrarlo vacío. Sin darle más importancia al asunto, y queriendo terminar de hacer su compra, regresó con el señor que sacudía la canasta esperando que salieran más semillas. 

Iban ya por el número cien cuando al mirar el barril vio que se movía otra vez. Con curiosidad regresó al rincón y rápido levantó la tapa queriendo sorprender a alguien que estuviera adentro jugándole una broma. Pensó que se trataba de un gato, o quizás un perro, que deseara jugar a las escondidas con él. Pero no eran ni uno ni otro, ya que metió primero la cabeza, luego un brazo, y por más que buscó no pudo encontrar nada. Luego la volvió a meter y entonces dijo con mucha ceremonia: 

—  ¿Quién vive ahí? Que responda, le pido. El susto fue mayor al escuchar una voz muy extraña que le contestó después de un largo intervalo. 

—  ¡Soy yooo! Nahib sacó la cabeza en un segundo golpeándose con la orilla del barril, que era de madera y de aros metálicos. Pero demostrando su valentía, la metió de nuevo, ahora con los ojos bien abiertos, y preguntó con mucha seriedad, como lo hiciera la voz del barril. 

—  Y, ¿quién eres túúú? Y la quejumbrosa voz se dejó escuchar. ¡A Nahib se le pararon los pelos! 

— Soy un triste fantasmaaa que vive en este barril desde hace laaargo, laaaargo tiempo. 

— ¿¡Un fantasma!? –exclamó mientras sacaba atropelladamente la cabeza, golpeándose muy fuerte las orejas. Su respiración también se agitó. Estaba acostumbrado a hurgar cuanto agujero se encontrara a su paso, lo que le había hecho ganarse muchas picaduras y mordeduras de los animalitos a los que molestaba, mas nunca se había encontrado con el escondite de un fantasma que hablara. Lo pensó un instante, y ahora se asomó con precaución: 

—  ¿Qué haces ahí adentro?, ¿por qué no sales, si he visto cómo empujas la tapa para destapar el barril? 

—  No salgo de aquííí porque he perdido mi identidaaad. Hace muchos años vine al mercado de los apellidos con ganas de comprar uno, pues el mío me parecía feo, feooo. Anduve de un puesto a otro preguntando los precios hasta cansarme. Veía un apellido que me gustaba más del que estaba a punto de comprar y por eso no logré decidirme. Pasé días y días dentro del mercado vagando por las callejuelas hasta que no pude recordar mi nombre, mucho menos mi apellido. Lleno de miedo me metí en este barril avergonzado de lo que me había sucedido y me puse a esperar a que me acordara de ellooos. 

—  ¡Ah!, pero que fantasma tan chistoso --dijo Nahib ya recuperado un poco del espanto--, si quieres yo puedo ayudarte. Mira, te iré diciendo muchos nombres y cuando escuches el tuyo pide que me detenga. El fantasma aplaudió contento y el niño comenzó a decir un nombre tras otro, uno tras otro; después de mencionar todos los que se sabía, vio que ninguno parecía ser el que buscaban. 

Agotado de tanto hablar, se dio cuenta de que ahora no recordaba el suyo, ¡tampoco su apellido! Se fue con rapidez a un puesto donde, por el número de semillitas que aún tenía en la canasta, pudo comprar dos. Le dio uno al fantasma, a quien le encantó su nuevo apellido; pero el niño se sentía triste porque ahí no vendían nombres, además sus semillas se habían terminado. 

Pero se le ocurrió otra idea. Felices, cada quien con su recién estrenado apellido, fueron a la casa del niño donde, con seguridad, la mamá sí recordaría su nombre y le podría poner uno al fantasma, librándolo así del hechizo. Primer Lugar en el II Certamen Literario de Cuento Infantil “El Arte de escribir”. España. 2009.

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Cuento Infantil para irse a dormir - El Mercado de los Apellidos

El Mercado de los Apellidos

Este cuento infantil fue escrito por Ruth Pérez Aguirre de Mérida, México (Bandera de Mérida, México)

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