La luciérnaga

La luciérnaga sta es la historia de un pequeño pueblo, que vivía a oscuras porque no existía la luz, quienes estaban a cargo de dicha tarea eran las luciérnagas. Ellas, contentas alumbraban a las personas en su camino, cuando la luna se asomaba, cada luciérnaga tenía como rutina ir a buscar a cada persona que se le fue asignada.
Todos eran felices en ese pequeño pueblo, menos una luciérnaga, que se mostraba apartada de las demás. Ella era Abigail, una pequeña luciérnaga que tenía problemas en sus alas y en su cola, por mucho tiempo quiso brillar y jamás lo pudo lograr. Veía como sus hermanas y amigas brillaban en la oscuridad, dejando en el cielo un bello destello de luces. Abigail siempre se preguntaba por que no podía brillar, ansiaba con todo su corazón poder alumbrar a alguna persona, pero ellos amablemente siempre le rechazaban la petición de que los acompañara.
- Pronto lloverá decía uno, estoy agotado le decía otro. Abigail se sentía sola, triste, sin saber por qué aún no podía brillar, su madre Yael, le explicaba que pronto sería posible.
- ¿Cuándo aprenderé a volar? Preguntaba Abigail
- Aún eres pequeña hija, no te preocupes pronto brillarás. - contestaba su madre
- Pero todos tienen a una persona a quien cuidar, y yo aún no encuentro a nadie, ¿es por qué no logro brillar? Comentaba triste.
- Claro que no, cariño, no es por eso, no pienses así, te prometo que pronto alguien vendrá a pedirte que lo cuides, y en ese momento, deberás ser una luciérnaga responsable y brillar siempre y mostrarle el camino hacia su casa. - la tranquilizó Yael.
Abigail tras hablar con su madre salió a recorrer el pueblo, para así intentar brillar, volaba a ciegas ya que no veía nada, solo la acompañaba la luz de la luna. En un momento, se detiene detrás de un árbol, luego de escuchar unos gritos de auxilio.
- ¡Socorro! ¡Socorro! Le temo a la oscuridad, quiero salir de aquí- gritaba alguien.
Abigail tras escuchar los gritos incesantes baja al suelo, y allí ve a un pequeño niño tendido en el suelo. Se había doblado la pierna y por esa razón no lograba pararse.
- Debes brillar y traer a las demás- le decía el niño.
- No se brillar- le contestaba asustada Abigail.
- Claro que puedes brillar, eres una luciérnaga- le decía el niño.
- Aún no aprendí a hacerlo- repuso Abigail.
Pasados unos minutos el niño intenta tranquilizarla y hablarle amablemente.
- Mi nombre es Benjamín, vivo a unas pocas cuadras de aquí, fui a buscar un balón que se me cayó, y al no poder ver claramente tropecé contra una rama de un árbol, es por eso que debes brillar para llamar a las demás.
Abigail intento y lo intento pero no logro brillar. Las horas pasaban y el niño aún se quejaba. Hasta que de pronto se escucharon unos ruidos detrás de unos arbustos.
- ¿Qué es ese ruido? Preguntaba Benjamín.
- Es el viento- contesto Abigail.
Pero los ruidos cada vez se hacían más fuertes, hasta que de pronto, de la nada salió un lobo, con sus colmillos afilados, saboreándose al ver a un niño tendido en el suelo. Tras la desesperación Abigail con todas sus fuerzas intentó brillar, y esta vez lo logró, ¡estaba brillando!, se acerca al niño y le dijo:
- No te preocupes, no dejaré que te haga daño- afirmó Abigail.
El niño lloraba y le pedía que no lo dejara, Abigail se aproximó al lobo y gritó
- No te atrevas a lastimarlo!
El lobo la miró y comenzó a reírse
- ¿Qué vas a hacer? - Contestó irónico el lobo- Ni siquiera puedes brillar para ayudar a nadie por eso nunca te llaman.
- No me subestimes, sé que puedo hacerlo, soy más valiente de lo que te imaginas - repuso la luciérnaga.
El lobo no paraba de reírse, el niño la llamaba y le decía que tenía miedo, Abigail cerró sus ojos, pidió con todas sus fuerzas al Dios de las luciérnagas que la ayudara a salvarlo. A cambio de ello, daría su propia vida, en ese momento de su pequeño cuerpo salió una luz poderosísima que iluminó todo el sendero donde se encontraba el niño, tan poderosa era la luz que fue vista desde todos los rincones del pueblo, la luna al ver semejante situación iluminó aún más el camino para que los hombres, al darse cuenta de que algo sucedía apresuraran su marcha.
El lobo, al verse acorralado, huyó rápidamente entre los árboles, Benjamín entre gritos y llanto gritaba
-No te mueras Abigail!!! -
La gente, sin entender, se acerca al niño, y ven que en su mano un cuerpo diminuto titilaba con dificultad, Benjamín comentó -ella me salvó la vida , no quiero que muera. Abigail estaba muy débil y sin fuerzas, su corazón estaba hinchado de emoción por encontrar tanto amor en ese niño.
En ese momento, la luna que había sido testigo de todo lo ocurrido bajo del cielo y le regaló un poco de su abundante luz, ante la mirada de todo un pueblo, Abigail brilló más que nunca y a partir de ese instante fue la elegida de Benjamín para que iluminara su camino y fuera su amiga.
En el pueblo, ella es la luciérnaga más hermosa y más aclamada por todos, su historia y valentía es contada por todas las luciérnagas y por todos los habitantes de ese pueblo como uno de los ejemplos más heroicos ocurridos.

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Sobre el Autor

Sam Lagerblom, de Buenos Aires, Argentina

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