El sueño de John

El sueño de John abía una vez un niño que vivía en el campo con su familia. Por ser el menor de cinco hijos era el único que acompañaba a su madre en los largos días de verano mientras, el padre y los hermanos llevaban el producto de su arduo trabajo, en un gran carro tirado por bueyes, hasta la ciudad. Allí permanecían muchos días hasta que vendían todo. La dueña de casa, entre tanto, hacía dulces con las frutas, pan con el trigo y conservas con las verduras que luego guardaba en unos frascos grandes, para no pasar necesidades en los largos y crudos inviernos. El pequeño John también tenía sus obligaciones. Se ocupaba de alimentar a los gansos, mantener limpia la huerta y de vez en cuando también ordeñaba a Margarita, la vaca, que rumiaba pacíficamente en su corral. Ese período del año no le gustaba mucho. Aunque podía salir a pescar o corretear por el campo con su inseparable amigo, un lanudo pastor inglés que obedecía al nombre de Tim, extrañaba mucho a su padre y a sus hermanos. Añoraba el bullicio de las cenas en las cuales se comentaban las novedades diarias entre risas y bromas. Su madre trataba de entretenerlo, pero el niño esperaba con nostalgia y alguna que otra lagrimita escondida el retorno de sus únicos compañeros de juego.
Una noche mientras se dormía abrazado a su almohada soñó con la visita de su hada madrina que le decía dulcemente:
-John, puedes pedir tres deseos. Piénsalos bien y me lo dices. El niño se sentó entusiasmado en la cama y preguntó:
-¿Hada mía, pueden ser sueños un poco locos?
-Pide lo que deseas, para eso soy tu hada madrina.
Entonces el niño dijo: -Extraño mucho a mi papi, quisiera poder hablar con él, para saber cómo está y cuándo vuelve.
-Tu sueño ya es realidad, - le dijo ella mientras ponía delante de él un aparatito con un disco en el medio que tenía los números del 0 al 9. Levanta esto, - dijo tomando el auricular. ¡Disca 47854! Comprobarás que luego de un sonido escucharás la voz de tu padre.
Sorprendido John discó el número y pudo conversar por teléfono con su padre durante unos minutos. Este le contó que aún tenía que permanecer por un período lejos de casa, pero que volvería lo antes posible. Tratando de consolarse John preguntó:
-¿Puedo hablar todos los días con mi papá?
-No, mi amor eso no es posible; solo de vez en cuando, - contestó el hada. El brillo que iluminaba los ojos del niño desapareció.
-¡Si por lo menos pudiera saber algo de él todos los días! - se lamentó.
-Eso puede ser, - dijo el hada, e hizo aparecer otro aparato. Esta vez se trataba de un pequeño televisor y un teclado lleno de números y letras que, además, tenía un montón de signos raros que John miraba fascinado.
-Bueno, ahora aprieta los botones con las distintas letras formando palabras -agregó ella, - luego te ayudaré a mandar este mensaje a tu padre. John obedeció y luego de unos minutos informó:
-Ya terminé. ¿Y ahora qué hago?
-Presiona el botón de este ratoncito plástico. En la pantalla verás una flechita, hazla viajar hasta donde dice enviar. ¿Ves? ¡Así!
-¿Y qué pasa después? - preguntó John.
-Tu papá sabrá de ti y pronto contestará tu mensaje.
Incrédulo el niño esperó. Después de un rato largo aparecieron en la pantalla un montón de palabras muy cariñosas que formaban un mensaje en forma de carta.
-¡Qué bien! John saltó del banquito aplaudiendo feliz.
-Ahora debes pedir tu tercer deseo, - dijo el hada acariciando la cabeza del niño.

-¿Sabes madrina?, me gustaría conocer los lugares por donde pasa mi papá. Cómo es la gran ciudad o que me cuenten un cuento y yo pueda ver a los personajes, así el tiempo pasará más rápido hasta que regresen todos.
-Deseo concedido.
Un televisor comenzó a emitir música y el pequeño vio sorprendido como aparecían en la pantalla hermosos paisajes y una dulce voz le contaba una historia muy divertida, mientras él se regocijaba con los distintos personajes.
Despertó sonriendo y corrió escaleras abajo llamando a su mamá. La encontró rodeada de sus ollas y le comentó entusiasmado el sueño que había tenido. La madre se limpió las manos en su gran delantal floreado y lo miró complaciente, mientras le servía un gran tazón de leche.
-Hijo, que fantasía tienes - dijo, no tientes al señor deseando imposibles. Meneando la cabeza se alejó con su viejo balde y el banquito de ordeñar para atender a Margarita. John se quedó pensativo soñando con los ojos abiertos frente a su desayuno, mientras por la ventana un rayo de sol le hacía cosquillas en la nariz.

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Sobre el Autor

Claudia Samter, de Argentina

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