La Estatua

La Estatua arada frente a esa enigmática estatua recordé una vez más aquella remota historia que nuestro viejo bibliotecario, el señor Schmidt, afecto a las leyendas, solía contar.
En un antiguo y algo tenebroso castillo vivía un conde que ya cansado de tanta guerra, decidió dedicarse a su gran pasión: la lectura. Ya había visto demasiado dolor y muerte.
Hizo construir una inmensa biblioteca y pasaba gran parte del día leyendo libros. Su colección aumentaba constantemente. El cuidaba de ellos con mucho esmero y no permitía que nadie se hiciera cargo de ordenarlos. Había adquirido una extraña costumbre, por cada ejemplar que compraba, guardaba una moneda de oro en un cofrecito que escondía celosamente. En algún momento llegó a la conclusión que debía buscar un lugar más seguro para su pequeño tesoro. Mandó llamar a un escultor y le encargó que fabricara una estatua hueca con una puertita, que solo se podía abrir con un botón secreto. El artista no tardó demasiado en cumplir con el trabajo que le había encomendado el conde, el cual por fin puso sus monedas a buen recaudo y, además, agregó un papel escrito con grandes letras negras. Tiempo después falleció.
Marie, su única hija, pasó entonces a ser la nueva dueña del hermoso, aunque algo deteriorado castillo. Su padre nunca había superado del todo la muerte de su joven esposa y a ese lugar le faltaba definitivamente una mano femenina y amorosa para darle nuevo brillo. La joven condesa puso toda su dedicación en renovar su hogar.
Así llegó también el momento de arreglar el lugar que más reverenciaba, la biblioteca de su padre. Ese cuarto le traía tantos recuerdos bonitos. Qué feliz había sido cuando en las largas y solitarias tardes de invierno su padre y ella se sentaban ante la gran chimenea y él le mostraba sus libros mientras le contaba historias, que aún hoy recordaba. Por eso decidió dejar la biblioteca tal cual estaba. Sólo haría arreglar el antiguo escritorio y agregaría un sillón junto al ventanal que daba al jardín. Mientras pensaba como quedarían esas innovaciones fijó su vista en esa estatua que de pequeña le había inspirado tanto temor. Estaba sobre una columna de mármol negro y miraba severa e imperturbable a cualquiera que entrara al cuarto. Decidió poner a un costado a tan intimidante figura. Llamó a sus criados y les ordenó correrla. Estos pusieron todo su empeño para cambiar el lugar de la imagen. En ese instante uno de ellos apretó sin saberlo el mecanismo secreto de la estatua. Docenas de monedas de oro comenzaron a rodar por el suelo. Repuesta de su primera sorpresa Marie encontró también aquel viejo papel escrito por su padre. Intrigada leyó: "Dejo estas monedas como herencia para mi querida hija. Deseo que sean utilizadas para construir una biblioteca y, así, darle la posibilidad de enriquecer sus vidas a muchas personas". Como era de esperar la joven mujer concretó el sueño de su padre e hizo construir una hermosa biblioteca en uno de los jardines del palacio.
Cuando sobrevino la segunda guerra mundial, la bisnieta de Marie emigró a la Argentina en busca de un mundo más pacífico, también ella odiaba la violencia. Trajo consigo un tesoro que siempre cuidó la familia Von Hagen: los libros y la estatua del viejo conde. Así fue como estos libros llegaron a formar parte de la biblioteca del primer colegio alemán de nuestro país. Siendo patrimonio para nuestra humanidad y permitiéndonos conocer obras literarias que, tal vez, se hubieran perdido en algún bombardeo.

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Sobre el Autor

Claudia Samter, de Argentina

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