Anita, la hormiguita perezosa

Anita, la hormiguita perezosa ada día, la vida de trabajo continuaba en el hormiguero, ya fuera invierno o verano. No había descanso para las obreras que cavaban nuevos túneles, dando así lugar a una población que crecía y crecía.
La sala de cunas estaba llena de bebés que alimentar, sacarlos a tomar el sol, cuidar y limpiar con esmero.
Anita era una hormiga muy joven que por primera vez en su vida debía agregarse a los quehaceres del cuidado de los bebés.
Cuando le asignaron esta labor, la tomó de muy mala gana, ella había sido cuidada y mimada por otras trabajadoras, las que con mucha paciencia la convirtieron en una hermosa hormiguita. Su ambición desde pequeña era llegar a ser una reina, a pesar que sus nanas se reían y le explicaban que eso no podía ser, claro que no le dijeron que su alimentación había sido la de una obrera más.
Ese día, la jefa le llamó y le dijo: Anita, desde hoy estarás a cargo de sólo dos bebés por ahora, hasta que aprendas, entonces sí vas a tener que trabajar muy duro pues tendrás por lo menos cien bebés que cuidar.
-¿Tantos? Repuso Anita sorprendida- Yo pienso que es mucho para mi edad.
-No te preocupes que pronto aprenderás.- Diciendo esto la tomó por un brazo y la llevó frente a dos huevos.
-Mira, Anita, sólo tendrás que estar atenta a que estén tibios y limpios hasta que incuben. Deberás traer de la pieza de las flores muchos pétalos resecados y al cambiarlos de posición, también suplirás los pétalos de sus cunas. Esto es para que reciban calor por todos lados. Mañana los sacarás a tomar sol como las otras hormigas, ellas te enseñaran y tú debes estar atenta a aprender. Bien, te dejo por ahora, cualquier cosa le preguntas a Rosita, tu vecina.
-¡Ay! Pero yo no sé nada, gimió Anita, y no me gusta este trabajo. ¡Bebés! ¡No me gustan!
Pero su jefa ya no la escuchó pues andaba vigilando a otras hormiguitas nuevas.
Y ¿Para qué quieren más bebés? ¡Si hay tantos! Yo quiero ser reina, vivir en mi propia recámara y que me traigan todo a mi pieza. Que me alimenten de lo mejor y por supuesto no trabajar ¡Uff! Es lo que menos me agrada.
-Anita, le habló una hormiguita que cuidaba un ciento de huevos muy cerca de ella- ¿Ya cambiaste a los bebés de posición?
-¡Ay! ¿Tan pronto?
-Sí, debes cambiarlos continuamente y también limpiar sus pétalos.
-Pero, ¿por qué si estos están bonitos?- contestó Anita molesta.
-Anita, hazlo y no preguntes- y se alejó preocupada por sus bebés.
- "No preguntes más", remedó Anita frunciendo su boca. Que lo haga ella que es tan hacendosa, y tomando un huevo lo empujó bruscamente, pero éste se fue rodando lejos de su alcance.
-Oye huevo, ¿por qué te has ido tan lejos? ¡Bebé tonto, ven acá! Pero el huevo no se movió, entonces fue a buscarlo muy contrariada, y lo empujó usando sus pies con pequeñas patadas. Fue cuando escuchó que el bebé lloraba dentro del huevo.
Anita se asustó y tomó rápidamente al huevo colocándolo en su lugar.
-¿Ves lo fácil que es caminar?, -le aclaró- lo que pasa es que eres un bebé muy molestoso. Luego fue en busca de nuevos pétalos y sin escogerlos tomó un puñado de ellos y los cambió bajo los bebés. Mas, el otro bebé comenzó a llorar pues estaba su cama muy dura.
-Deja de llorar, tú eres más molestoso todavía, se está acabando mi paciencia y tengo sueño.
Anita arregló unos pétalos de rosas y se recostó en ellos, apenas cerró sus ojos se quedó dormida. Mientras tanto los bebés lloraban y lloraban, pero Anita estaba en su sueño favorito: Muy empolvada su nariz y perfumada, tenía ante sí un banquete delicioso el cual devoraba al mismo tiempo que sus sirvientas se esmeraban en atender su vestido y mantenerlo sin arrugas. Luego le abanicaban para que no se acalorara y le cepillaban el cabello.
-Que vida más cómoda, se decía- y apareció una sonrisa de satisfacción en sus labios.
Tanto era el llanto de los bebés que la hormiguita vecina llegó preocupada al ver que éstos estaban sin atención.
-Anita, ¿qué haces allí durmiendo?- la interpeló duramente- No sabes que si viene la jefa te puede ir muy mal? ¿Cuál es tu responsabilidad? ¿No lo sabes o eres simplemente una perezosa?
Anita saltó de su mullido sueño- ¿Qué, qué, qué pasa? ¿Por qué gritas? ¡Mira, has despertado a los bebés!
-Oye, perezosa, eres tú la que los tiene llorando, anda, cámbiales de posición, limpia sus lechos. ¡Vamos, hormiga haragana! ¡Haz tu trabajo!- y luego agregó- ten mucho cuidado que la próxima vez llamaré a la jefa.
-¡Ya, Ya! No hagas alharaca. Mira, ya no lloran. Es que estoy muy cansada, por eso me dormí- explicó Anita fingiendo una voz suave.
-Bueno, me voy, debo ver mis bebés. Y Anita, no descuides los tuyos.
-Está bien, gracias Rosita, puedes irte.
Y cuando ésta se fue, le remedó: "No descuides a los tuyos"- frunciendo su boca con molestia ¡Qué metete! Y mirando a los bebés les gritó: Ustedes bebés malos son los culpables ¿no pueden estar callados?
Cuando más tarde pasó la jefa, encontró a Anita colocando pétalos nuevos.
-Ah, Anita, está bien; pero debes buscar los más suaves pues éstos no están muy suaves, ve y trae otros, siempre hay nuevos, pues las obreras están todo el día trayendo. Ya sabes, mañana irás junto a las otras hormiguitas a la superficie y llevarás a los bebés al sol.
De malos modos Anita fue y trajo nuevos pétalos, mientras rezongaba: -Miren ¿qué no pueden dormir en éstos? ¡Mal criados, yo los siento buenos! ¡Qué fastidio! ¡Ya no resisto más!
Así llegó el día siguiente, Anita lucía rendida a pesar que la suplente de la noche la había reemplazado.
-Anita, ya es tu turno, yo me voy, cuida los bebés y sácalos a tomar el sol.
Un desfile de hormiguitas salía del hormiguero cargando los bebés y depositándolos con mucho amor sobre las hojas de un rosal.
Anita llevó los suyos y los depositó en una hoja bien alta -Aquí estaremos mejor, lejos de esas chismosas. Ahora; bebés, deberán portarse bien y no molestarme que estoy muy cansada.
Anita puso su cabeza en la blanda hojita y se quedó profundamente dormida descuidando a los bebés.
Cuando despertó había oscurecido y estaba totalmente sola. Los bebés no estaban a su lado, y las otras hormigas tampoco.
-¡Oh no, los bebés!- gimió ¿Qué me irá a decir la jefa?- Bajó rápidamente del rosal pero la puerta del hormiguero estaba cerrada. Golpeó con manos y pies, mas nadie le abrió. Anita se asustó y comenzó a llorar y llorar.
-Por favor, ábranme; tengo miedo, no me dejen sola. Tengo tanta hambre y frío. Pero la puerta seguía cerrada.
Esa noche Anita se acurrucó encogida a la puerta del hormiguero tiritando de frío y con mucha hambre, deseaba ardientemente su rica taza de miel que solía tener antes de dormir.
-¡Oh! ¿Qué he hecho? Descuidé a los bebés y a lo mejor algún insecto se los comió. ¡Oh! ¿Qué haré? ¿Cómo pude ser tan irresponsable?, estoy arrepentida, gimió.
De pronto se abrió la puerta y la jefa apareció en el umbral.
-Anita, has tenido tu lección, ¿Crees que es suficiente para que tomes a bien tus tareas?
-Sí, sí jefa, se apuró en contestar- ya no me dormiré durante el día, lo prometo. Prometo cuidar y querer a los bebés. Por favor deme una oportunidad, no seré más una perezosa. Lo prometo.
-¿Lo dices con el corazón Anita?
-Sí, lo digo con el corazón y lágrimas en mis ojos.
-Bueno, entra, ésta será tu única oportunidad, si fracasas de nuevo, ten por seguro que esta puerta no se abrirá nunca más para ti.
-Gracias jefa, usted verá que he cambiado.
Efectivamente, desde ese mismo instante Anita cambio tanto que pronto le dieron sus cien bebés para cuidar, y lo hacía con tanto empeño, amor y cariño abnegado, que un día recibió su título de niñera oficial con muchos honores.

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Sobre el Autor

Marianela Puebla, años de Valparaíso, Chile

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