La Paloma

La Paloma ice mamá que soy una nena con mucha imaginación. Me gusta acostarme sobre el pasto del jardín de casa para mirar como las nubes cambian de forma: Un ángel blanco flota en el cielo, muchas ovejitas corren con el viento, un dragón lanza tules deshilachados por su boca, en vez de fuego. Mis amigos dicen que pierdo el tiempo con este entretenimiento que llamo ¿A qué se parece? Pero a mi no me importa ¡Soy tan feliz imaginando que las figuras que veo pueden ser protagonistas de historias! Ellos, en cambio, están muy ocupados con los juegos de la computadora. Sólo los domingos nos reunimos en casa para divertirnos en el jardín. Un día estábamos muy entretenidos jugando a las estatuas cuando ocurrió lo que les voy a contar:
Comencé dando la palmada ¡pam! Para que empezaran a girar y girar moviendo los brazos y piernas como monigotes; después dí la otra palmada ¡pam! Para que se detuvieran en la posición en que estaban. Comencé a caminar para elegir la "estatua" que más me gustaba y elegí a Lucía porque parecía una paloma. Estaba parada sobre una pierna, la otra la tenía levantada hacia atrás y había abierto los brazos como si fuesen alas y estuviese a punto de volar.
Al elegirla, ella tenía que dirigir el juego, pero se quedó quieta. Con los ojos asombrados miraba hacia un lugar que señalaba con el dedo. A todos nos llamó la atención, miramos para ese lado y vimos sobre el césped una paloma herida, el rojo de la sangre le manchaba las plumas. Nos acercamos despacio para no asustarla; estaba muy quieta y se dejó levantar por mi. La llevamos a la cocina; Lucía sacó un cajón del armario y lo vació, después le puso muchos repasadores de toalla para formar una cama mullida como un nido y allí la acomodamos. Miramos la herida y vimos que asomaba la punta de un perdigón que alguien le había tirado.
Llamamos a mamá. Ella, como todas las madres sabe que hacer. Primero le acarició la cabeza y el lomo, después con mucho cuidado le sacó el perdigón con una pinza de depilar, limpió la herida con agua oxigenada, luego le puso polvo cicatrizante que uso cuando me raspo las rodillas.
Los primeros días la paloma estaba muy triste, apenas comía; creo que extrañaba su nido, pero sabía que la estábamos cuidando. Mientras se iba reponiendo batía las alas hasta que un día comenzó a volar adentro de la cocina. Fue el momento que mamá esperaba para abrir la ventana y permitirle que saliera a volar en libertad.
Pasaron varios meses y nosotros continuábamos reuniéndonos los domingos para jugar en el jardín. Una tarde estábamos muy entretenidos divirtiéndonos con "los pasos". Cuando alguno de nosotros daba una orden, por ejemplo: "Paso largo" caminábamos estirando las piernas lo más que podíamos. Con la orden: "Paso alto" caminábamos levantando bien alto los pies. Con "paso corto" lo hacíamos tratando de tocar la punta del zapato con el talón del pie que había dado el paso y con "paso hormiguita" caminábamos ligero, con pasos muy cortitos en puntas de pie. Mamá llegó trayendo en una bandeja vasos con jugo. Apoyó la bandeja sobre la mesa y nos pidió silencio con el dedo índice sobre la boca. Nos miramos extrañados hasta que vimos que mamá señalaba una rama baja del abedul. Allí había tres palomas blancas, dos grandes y una pequeña. La más gorda de las tres se acercó volando hasta nosotros, caminó unos pasos sobre el césped, dio unas vueltas y luego regresó a la rama. Las tres palomas se quedaron un momento mirándonos, después se fueron volando.
Nos quedamos sorprendidos. Mamá nos dijo que la paloma que habíamos curado regresó para mostrarnos su familia.

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Sobre el Autor

Vilma Brugueras, de Argentina

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